Retomo el blog con temas de los que hablamos hace ya tiempo y con los que intento ponerme de nuevo al día. Comienzo con la tarea 6, aquella en la que nos introducimos en la documentación científica...
Si tenemos en cuenta que el objetivo de
la investigación científica es la publicación, puesto que la reproducibilidad
es lo que singulariza a la ciencia tal y como la entendemos, no debería de
extrañarnos que según la periodización de la historia de la documentación todo
lo anterior a 1665 sea Prehistoria. Ese año marca el hito inaugural porque es
cuando comienzan a publicarse las dos primeras revistas científicas en Francia
e Inglaterra. De esas 2 revistas en 1665 hemos pasado en la actualidad a unas
60.000 o 70.000 revistas científicas y técnicas (según diferentes autores), de
ahí la importancia de la documentación como actividad científica intermedia o
interfaz entre los productores científicos y los utilizadores de información,
sean estos científicos, políticos, productores industriales o lectores. La
explosión informativa hace necesarios los centros de información y
documentación, así como los medios de comunicación en general desde el punto de
vista del receptor, y una especial eficacia en la redacción y exposición del
conocimiento científico desde el de los científicos productores.
En este sentido, como joven investigadora
que se inicia en las lides de la producción científica, me llama la atención que
varios autores, como Day o Ruy Pérez Montfort, resalten la separación entre la
escritura científica y la literatura. Day dirá que el científico debe ser culto
pero no utilizar un ornato literario o metáforas, puesto que su redacción se
debe regir por la claridad. Debe de haber olvidado Day que la claridad es un
estilo que también necesita recursos de la elocutio, es decir, que las
metáforas se utilizan, también en ciencia, no como fin sino como medio para
conseguir comunicar más eficazmente los hallazgos de la investigación. Por eso
para explicar los principios de la documentación científica J. R. Pérez
Álvarez-Ossorio utiliza el símil de que el centro de investigación y
documentación “cumple una misión análoga a la del aparato digestivo en el
organismo humano”, o los autores de un video de divulgación científica sobre
modos de transferencia dicen cosas como “sumergir al lector en la complejidad
del conocimiento científico”. Ruy Pérez Montfort, por su parte, da dos consejos
en “¿Cómo se divulgan los resultados de la investigación científica?” para una
mayor eficacia que parecen calcados de la Epístola a los Pisones de Horacio,
donde éste aconsejaba a dos jóvenes aspirantes a poetas: guardar lo escrito en
un cajón para enfrentarse a ello con distanciamiento crítico más adelante, y
entregar tu trabajo antes de intentar publicarlo a alguien de cuyo criterio te
fíes. Es cierto, como dice Day, que los autores científicos no son autores
literarios, pero los esquemas de la retórica, tanto las operaciones como la
disposición de las partes del texto (¿alguien se ha molestado en tomar el
formato IMRYD (Introducción, Métodos, Resultados y Discusión) y compararlo con
el esquema general de un texto retórico?), o la regla general del decoro
aplicada a los propósitos y el público al que se dirige la comunicación
científica son igual de válidos para unos como para otros.
Está claro que el conocimiento científico
no es tal sin la transferencia correspondiente, y ésta pasa siempre por el
lenguaje. Quienes formamos parte de la comunidad científica no deberíamos, por
tanto, buscar la singularidad del lenguaje científico (su jerga, su especial
disposición, sus objetivos) respecto a otros lenguajes, sino intentar
beneficiarnos de todos los recursos que éste nos ofrece, porque la ciencia no
sólo se transmite mediante el lenguaje, sino que es lenguaje en sí misma.
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