jueves, 28 de enero de 2016

Documentación científica (T6)

Retomo el blog con temas de los que hablamos hace ya tiempo y con los que intento ponerme de nuevo al día. Comienzo con la tarea 6, aquella en la que nos introducimos en la documentación científica...

Si tenemos en cuenta que el objetivo de la investigación científica es la publicación, puesto que la reproducibilidad es lo que singulariza a la ciencia tal y como la entendemos, no debería de extrañarnos que según la periodización de la historia de la documentación todo lo anterior a 1665 sea Prehistoria. Ese año marca el hito inaugural porque es cuando comienzan a publicarse las dos primeras revistas científicas en Francia e Inglaterra. De esas 2 revistas en 1665 hemos pasado en la actualidad a unas 60.000 o 70.000 revistas científicas y técnicas (según diferentes autores), de ahí la importancia de la documentación como actividad científica intermedia o interfaz entre los productores científicos y los utilizadores de información, sean estos científicos, políticos, productores industriales o lectores. La explosión informativa hace necesarios los centros de información y documentación, así como los medios de comunicación en general desde el punto de vista del receptor, y una especial eficacia en la redacción y exposición del conocimiento científico desde el de los científicos productores.


En este sentido, como joven investigadora que se inicia en las lides de la producción científica, me llama la atención que varios autores, como Day o Ruy Pérez Montfort, resalten la separación entre la escritura científica y la literatura. Day dirá que el científico debe ser culto pero no utilizar un ornato literario o metáforas, puesto que su redacción se debe regir por la claridad. Debe de haber olvidado Day que la claridad es un estilo que también necesita recursos de la elocutio, es decir, que las metáforas se utilizan, también en ciencia, no como fin sino como medio para conseguir comunicar más eficazmente los hallazgos de la investigación. Por eso para explicar los principios de la documentación científica J. R. Pérez Álvarez-Ossorio utiliza el símil de que el centro de investigación y documentación “cumple una misión análoga a la del aparato digestivo en el organismo humano”, o los autores de un video de divulgación científica sobre modos de transferencia dicen cosas como “sumergir al lector en la complejidad del conocimiento científico”. Ruy Pérez Montfort, por su parte, da dos consejos en “¿Cómo se divulgan los resultados de la investigación científica?” para una mayor eficacia que parecen calcados de la Epístola a los Pisones de Horacio, donde éste aconsejaba a dos jóvenes aspirantes a poetas: guardar lo escrito en un cajón para enfrentarse a ello con distanciamiento crítico más adelante, y entregar tu trabajo antes de intentar publicarlo a alguien de cuyo criterio te fíes. Es cierto, como dice Day, que los autores científicos no son autores literarios, pero los esquemas de la retórica, tanto las operaciones como la disposición de las partes del texto (¿alguien se ha molestado en tomar el formato IMRYD (Introducción, Métodos, Resultados y Discusión) y compararlo con el esquema general de un texto retórico?), o la regla general del decoro aplicada a los propósitos y el público al que se dirige la comunicación científica son igual de válidos para unos como para otros.

Está claro que el conocimiento científico no es tal sin la transferencia correspondiente, y ésta pasa siempre por el lenguaje. Quienes formamos parte de la comunidad científica no deberíamos, por tanto, buscar la singularidad del lenguaje científico (su jerga, su especial disposición, sus objetivos) respecto a otros lenguajes, sino intentar beneficiarnos de todos los recursos que éste nos ofrece, porque la ciencia no sólo se transmite mediante el lenguaje, sino que es lenguaje en sí misma.